Aunque la existencia de listas de libros prohibidos se remonta a los primeros siglos de la Era Cristiana, la institucionalización y formalización de la censura inquisitorial no tuvieron lugar hasta el siglo XVI. Evidentemente, esa censura inquisitorial no era privativa de la Monarquía Hispánica, sino que fue aplicada en toda Europa con mayor o menos intensidad. 

La Inquisición española fue instituida por el Papa Sixto IV, a solicitud de los Reyes Católicos,  en 1478, con el objeto de reprimir la herejía y, muy especialmente, para vigilar a los conversos que habían evitado su expulsión renunciando al judaismo y convirtiéndose al catolicismo. Más adelante, la acción de la Inquisición, sin abandonar esa vigilancia de los conversos, se hizo extensiva al protestantismo. Por supuesto, la Inquisición no se limitó a esas desviaciones doctrinales, sino que persiguió desviaciones de otra naturaleza, señalando los índices los libros de hechicería y brujería, condenando los textos inmorales y lascivos y advirtiendo contra las supersticiones. 

En esta exposición lo que se quiere mostrar es, por una parte, la evolución de los instrumentos de que se dotó la Inquisición para llevar a cabo su labor expurgatoria en los libros (los llamados"Índices") y, por otra, las huellas que esa acción de censura dejó en los propios libros.