Aguafuerte, punta seca, buril y bruñidor (137x186 mm).

El 29 de diciembre de 1808, el gobierno liderado por José Bonaparte conminó a todo el pueblo de Madrid a que, so pena de muerte, entregaran todas las armas (sables, cuchillos, dagas, de fuego, etc.), incluidas las navajas. No obstante, sabemos por otras fuentes contemporáneas, que estas últimas eran poseídas por la mayor parte de la población, que las utilizaba como herramienta para  distintos fines, como, por ejemplo, picar el tabaco de los cigarrillos. Esta tensión entre la nueva ley y el antiguo hábito de los madrileños desembocó en una serie de condenas al garrote, como es el caso del protagonista de nuestra escena.

En el rostro del ajusticiado practica Goya un realismo atroz. Sus ojos, visiblemente deformados, contrastan con la boca abierta de la que sale la lengua, resultado de la violenta muerte que acaba de padecer. Bajo su cuello, pende un letrero con el motivo de su muerte, una práctica habitual de la justicia desde principios del siglo XIX. Aún así, es perceptible la similitud que guarda este elemento con los sambenitos que utilizaba la Inquisición, grandes carteles en los que quedaba reflejada, de forma gráfica, la culpa cometida junto al nombre de los condenados, de cuya utilización pasó al ámbito civil. Aunque, intencionadamente, el autor haya desenfocado las letras que explican la falta cometida por nuestro protagonista, nos deja patente el motivo en el lacónico y mordaz título de la misma: "por una navaja".

Cabe destacar la composición empleada, colocando una línea baja de horizonte formada por las cabezas del público que asiste al acto, para que el protagonista resalte con mayor solemnidad y prestancia en el primer plano. De las que se pueden entrever, distinguimos entre las personas diferentes actitudes dramáticas: unos se tapan el rostro con las manos, algunos miran al cielo en actitud declamatoria, y otros forman corros, como si estuvieran comentando la escena que acaban de presenciar.