La Guerra de los Treinta Años
Aunque el conflicto bélico arrancó en 1618, el año de 1621 aportó numerosas novedades en el transcurso de la Guerra de los Treinta Años, que aparecieron reflejadas en los periódicos de la época: los ecos de la Batalla de la Montaña Blanca librada a finales de 1620 cerca de Praga, con victoria de los ejércitos católicos; la paz firmada a finales de año entre el Emperador y Gabriel Bethlen de Transilvania; los primeros compases de la Guerra del Palatinado, etc. Lo que había comenzado como un enfrentamiento entre príncipes católicos y protestantes dentro del Sacro Imperio, fue concitando progresivamente la intervención de todas las grandes potencias militares de la época, hasta convertirse en un enfrentamiento a escala europea. La guerra despertó una verdadera “fiebre informativa” entre los hombres y mujeres de cualquier condición social en todo el continente, y los europeos de la época devoraron las noticias sobre los choques entre los ejércitos católicos y protestantes –con sus respectivos héroes militares, como el Conde de Tilly o el General Spínola por un lado y los condes de Thurn y Mansfeld por el otro-. Un elemento añadido que aumentó la volatilidad del momento político fue el fin de la Tregua de los Doce Años, en abril de 1621, por la que españoles y holandeses retomaban las hostilidades en el campo de batalla.
La Guerra de los Treinta Años decidió de alguna manera la suerte de Europa, que quedó por largos siglos dividida entre grandes Estados presididos por dinastías insignes –Francia, España, el Sacro Imperio…- y pequeños territorios más dinámicos pero con mayor inestabilidad política –Alemania, Países Bajos, Italia…-. A diferencia de conflictos anteriores, esta guerra se libró en una era en la que la información impresa –relaciones de sucesos, gacetas, folletos, estampas, almanaques…- llegaba ya a la mayor parte de la población urbana y era capaz de movilizar a la incipiente opinión pública, de la que no podrán sustraerse los gobernantes.