El eterno enemigo

Uno de los focos de atención sobre los que más incidían las relaciones de sucesos publicadas  en aquellos años era el del Imperio Otomano, el eterno enemigo al que en general la Cristiandad contemplaba con extrema suspicacia.  A la imagen ya de por sí poco favorecedora que otorgaba al enemigo turco su condición de  secuaz de la que en los textos de la época se definía como la maldita secta de Mahoma, hay que añadir que se atribuían a los turcos toda clase de perversiones, se les acusaba de crueldad con los cristianos, y se ponía el acento en las desgracias --epidemias, disturbios, incendios y desastres naturales-- con que la justicia divina les castigaba por sus pecados.

A lo largo de los siglos XVI y XVII las relaciones de encuentros con el eterno enemigo se cuentan por centenares. Aunque la relación de la cristiandad con el Islam se realizaba también a través del comercio, lo que predominaba era el conflicto armado dirimido en una larga frontera que recorría Europa de Este a Oeste, desde Moldavia hasta el Estrecho de Gibraltar.  En 1621 la llamada República de las Dos Naciones (Polonia y Lituania)  se enfrentó al ejército invasor otomano en la Batalla de Chocim, de la que se hicieron eco varias relaciones de sucesos, pero aparte de estas batallas abiertas, a gran escala, que se producían en el flanco oriental del Sacro Imperio, la rivalidad se materializaba en una secuencia interminable de escaramuzas entre naves turcas y naves de las potencias cristianas, escaramuzas que convirtieron el Mediterráneo en el escenario de una guerra en la que era imposible distinguir la acción militar de la puramente pirática.   Entrar en la sala.