Henryk Tomaszewski, cartel cultural sin muros

El cartel tiene una presencia de relieve en Polonia desde finales del XIX, pero es en los años cincuenta, sesenta y setenta del pasado siglo cuando alcanza más nivel, y ello pese a ser años muy difíciles para la libertad expresiva en el país, dependiente de la Rusia soviética. En esos años, ante la debilidad y casi ausencia del cartel comercial habitual, florece en el país el cartel cultural: cine, teatro, libros, exposiciones, festivales, fiestas populares, siempre al margen del cartel político-propagandístico. Y allí está Henryk Tomaszewski (1914-2005), de familia de músicos, pero atraído desde niño por la pintura. Estudia arte y evoluciona hacia el cartel y la caricatura. Colabora en revistas de humor y comienza a diseñar decorados teatrales. En la posguerra, giro decisivo, pasa a trabajar para la productora cinematográfica estatal Central Wynajmu Filmow. Como no son años de abundancia de materiales se las ingenia para realizar unos carteles tan llenos de ingenio como parcos en recursos. Algunos directores protestan por unos carteles que, a su juicio, pese a la originalidad, no ofrecen la realidad de su película, pero la dirección de la empresa lo respalda reconociendo evidentemente su calidad. Crece su prestigio y llega a codirigir la Escuela superior de Bellas Artes de Varsovia y lleva el área de diseño, donde imparte clases. Sus clases adquieren prestigio y llegan a matricularse alumnos procedentes de países de la Europa occidental, incluido el iconoclasta grupo francés Grapus. Se mantendrá realizando carteles hasta que en 1996 una enfermedad que lo inmoviliza le obligue a dejar su trabajo.

El mejor cartelismo polaco, con Tomaszewski a la cabeza, está muy lejos, sorprendentemente, del realismo socialista al que obliga el estalinismo, pero también dirigentes posteriores. Hace escuela. Ese cartel rehúye la fotografía, pero ama el dibujo. No siempre es fácil, a menudo exige del espectador una cierta complicidad, pero atraen en una sociedad como la polaca deseosa de atractivos y modelos propios y no llegados desde fuera. Los artistas sabían cuáles eran sus límites, su público también.

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