Delirios de Grandeza
Delirios de grandeza (2020)
Luis Galán Gil
- Si bien he pasado la vida entera, desde que tengo consciencia, viendo cualquier película que se me pasaba por delante, no me avergüenzo en admitir que jamás he visto una película de Fellini.
El gentío que me rodea se sorprende, se exaspera, se ofende…. “¡Jamás ha visto una película de Fellini!” repiten algunos. “¿Cómo osa hablar de cine si no conoce al maestro italiano?”, se ofenden otros. No me atrevo a mirar a los ojos a todas aquellas personas que alguna vez formaron parte de mi vida.
Escucho a mi alrededor el cuchicheo de la gente y, sin embargo, me es completamente indiferente. Creo que ha sido la primera vez que me atrevo a decir en voz alta que…
- …jamás he visto una película de Fellini -, repito. Lo repito a viva voz, como si me enorgulleciera de eso. Lo repito con la convicción de que soy una rareza, una especie en extinción que debería ser preservada ya que, bueno, nunca he visto una película de Fellini.
Tras mi segunda provocación, hecha con malicia, no os voy a engañar, levanto la mirada, con convicción, dispuesto a formular por tercera vez la frase que tan bien me hacía sentir, cuando, alguien, no puedo discernir quién, contesta.
- ¿Y qué?
¿Y qué? ¿Cómo que “Y qué”? Soy una persona que ha visto mucho cine en su vida. El no haber visto no una, sino ninguna película del genio italiano debería considerarse casi sacrilegio, un acto penado por las élites cinematográficas. Una vergüenza, un deshonor...
Estoy preparado para contestarle todo esto cuando esta persona, de rostro blanco y negro, me mira a los ojos. Claro que se quién es. Claro que se quién soy.
Despierto de la fantasía que había en mi cabeza para encontrarme con que, efectivamente, todas aquellas personas de mi pasado y presente se encuentran a mi alrededor, celebrando lo que parece el convite nupcial de alguien a quien no soy capaz de reconocer. Tal vez sea por que siga soñando o tal vez porque no soy más que un peón en este juego de ajedrez.
Le doy vueltas continuamente, y la única respuesta que recibo de mí mismo a mi afirmación sobre no haber visto nada de Fellini es la que yo mismo me respondo… ¿Y qué?
Tras unas cuantas pajas mentales, decido que mi pregunta necesita una respuesta, algo que no venga directamente de mí, así que me pongo en pie. Voy vestido de etiqueta, elegante pero la corbata ya está algo arrugada. La música comienza a sonar.
Me acerco a los que parecen ser mis padres, ambos canosos y bajitos, histriónicos y escandalosos, como si de una obra de Woody Allen hubieran salido. Pero no los recuerdo así. Ellos no son mis padres.
Están divirtiéndose, como nunca lo habían hecho. Bailan al son de unos ritmos circenses acompasados de una manera que, para que mentiros, no tengo ni idea de música. No se si estos ritmos son circenses o Tchaikovsky tras esnifar una raya sobre la taza de un retrete en un bar.
- Papá, Mamá -, digo, aun sabiendo que no son mis padres. – Jamás he visto una película de Fellini.
Mis supuestos padres me miran y se ríen. Ambos parecen locos, payasos que luchan contra murciélagos enmascarados y…
Mira, yo de verdad que sé que lo estás intentando pero, no entiendo todo esto.
¿A qué te refieres?
A todo esto. ¿Una atmósfera circense en una boda?
Alguna boda habrá habido en un circo.
No. Ya te digo yo que no. Y ¿mis padres? Bueno… ¿Tus padres? ¿Cómo dos padres judíos estereotipados del Bronx Neoyorquino? Tus padres no son así…
Es un relato. Es una mera fantasía.
Bueno, sí. Una mera fantasía. Y sin embargo te expones a ti mismo en el relato. Y encima a través de mí. ¿Qué sabrás tú si he visto o no una película de Fellini? ¿Acaso me has preguntado?
No, a ver. No te he preguntado, pero… Porque sé que no la has visto.
¿Y cómo estás tan seguro?
Pues porque… Porque yo te he creado, Marcelo.
Significa, que ni puta idea sobre Fellini pero bien que me llamas Marcelo, cuando tú no te llamas Marcelo, y narras todo esto en un circo.
No es un circo. Es una boda…
…De aspecto circense. ¿Estás leyendo acaso lo que escribes o estás practicando escritura automática de esa?
Marcelo, te están escuchando.
Miro a mi alrededor y efectivamente… Sí… Me están escuchando. Todos. Todas las personas de mi vida están escuchándome narrar un relato en primera persona mientras digo que son en blanco y negro.
¿Y por qué nos escribes en blanco y negro? Si esto es solo un relato.
Le da más clase.
Tú lo que pasa es que eres un pretencioso. Si, tú. Tú que escribes ahora mismo mi narración. Quieres ser lo mejor de lo mejor, canelita en rama, pero estás perdido. No sabes que hacer. Simplemente has abierto uno de tus miles de cuadernos vacíos y has empezado a escribir lo que se te ha venido a la cabeza, así al tuntún.
Marcelo, de verdad que…
¡Qué no me llamo Marcelo!
Entonces ¿cómo te llamas?
Pues me llamo como tú. Porque soy tú.
Se acerca mi padre.
- ¿Estás bien, hijo? -, pregunta preocupado.
¿Ves? Estas logrando que mi padre ficticio se preocupe por mí.
Es tu padre, raro que no se preocupase por ti.
¡Qué no es mi padre!
A ver, yo lo he creado como tu padre. Así que es tu padre.
Abrazo a mi padre.
¿Ves? Yo te he obligado a abrazar a TÚ padre.
- Hijo, no me has respondido a la pregunta -, insiste mi padre.
- Estoy bien, papá -, contesto.
¿Ves? Es tu padre.
Mi padre se aleja… Mi padre no. Este sujeto que dice ser mi padre y se acerca a la persona que dice ser mi madre…
Mira tío, de verdad, deja todo esto. No lo estás haciendo bien. Ya lo hiciste antes, unas ocho veces. Ya te salió bien en reiteradas ocasiones. ¿Qué necesidad tienes de seguir haciéndote sufrir?
Es mi trabajo. Es lo que hago.
¿Hacerte sufrir?
No. Escribir.
Déjalo. De verdad.
Déjame al menos terminar el relato.
Yo te dejo, tranquilo.
Vale, ¿por dónde íbamos?
Estaba hablando con mis “padres”.
Vale. Entonces ahora toca el baile.
¿El baile?
Si. Los invitados al convite se tienen que dar la mano y se ponen a bailar mientras una banda empieza a tocar en el centro del mismo, y descubrimos que tu, o sea, yo, soy, o sea, eres, el niño que lidera la orquesta.
Vale. Bueno, pues allá voy. Corrígeme si hago algo mal.
Yo te corrijo, no te preocupes.
Tras hablar con mis padres, pregunto a unas cuantas personas hasta que, se todos los invitados al convite se ponen de pie.
- ¿Qué está pasando? -, pregunto, a pesar de que sé que se van a poner a bailar.
- Toca el baile -, contesta uno de los invitados, a quien reconozco como un viejo amigo de mi infancia, el cual no merece la pena recordar.
Nos cogemos de la mano y, al ritmo de la música circense orquestada por una pequeña agrupación liderada por un niño, bailamos. Damos vueltas como niños pequeños jugando, olvidando todas las penurias de la vida adulta y, comprendiendo las cosas que jamás fuimos capaces de comprender.
El niño de la orquesta me resulta familiar. Nos dirige a todos el ritmo y sin embargo es alguien que cuando crezca será incapaz de dirigir ni su propia vida. Su rostro, redondeado, y su ridículo pelo tazón crean una estampa ridícula a la par que entrañable de aquellos momentos en los que la ignorancia me daba la felicidad de la que a día de hoy carezco.
Nos alejamos todos mientras la banda sigue tocando.
¿Estás seguro que jamás has visto nada de Fellini?
Seguro.